Donald Trump repitió durante la campaña electoral que sería capaz de poner fin a la guerra en Ucrania en menos de 24 horas. Casi siete meses después de su regreso a la Casa Blanca, y mientras las tropas rusas invaden más territorio con un avance relámpago en la región de Donetsk, el presidente de Estados Unidos se reunirá este viernes en Alaska con Vladímir Putin. A pesar de que el presidente ruso ignoró el ultimátum que Trump le lanzó hace un par de semanas, el republicano parece concederle ahora un triunfo diplomático descomunal.
Las humillantes concesiones de los socios europeos durante los últimos meses para tratar de que Trump respaldara a Ucrania—como las promesas de elevar el gasto militar al 5% del PIB o de pagar el armamento estadounidense para Kiev— parecen haber servido de poco. Ucrania, ausente de la cita en Alaska, teme verse abocada a tener que ceder territorio. Los aliados europeos han redoblado esta semana los esfuerzos diplomáticos para evitar que Trump —impaciente y obsesionado con el premio Nobel de la Paz— se pliegue ante Putin. Pilar Bonet, que fue corresponsal en Moscú durante más de tres décadas, escribió este análisis sobre la elección de Alaska como sede del encuentro, que ha sido bien recibida por algunas de las voces más influyentes del nacionalismo ruso.
A unos 8.000 kilómetros de Alaska, las tropas del Kremlin han logrado en la provincia de Donetsk su mayor avance desde 2024. Cristian Segura, corresponsal del periódico en en Ucrania, narra en este reportaje cómo la guerra llama a las puertas de Dobropilia, una ciudad que en junio tenía a los invasores a más de 25 kilómetros de distancia y que ya los tiene a poco más de 10. Dobropilia se ubica en medio del territorio de mayor importancia en la ofensiva rusa: a un lado tiene Kostiantinvka y al otro, Pokrovsk, las dos ciudades que son el principal botín que quiere capturar Moscú este año.
Aranceles. Negociar la paz en Ucrania —aunque sea forzándola a claudicar— es solo uno de los múltiples frentes abiertos que tiene Trump. Tras dinamitar el sistema de libre comercio vigente desde el fin de la II Guerra Mundial, muchos aliados tradicionales de Washington —la UE, Japón, Corea del Sur— han aceptado, con la intención de evitar males mayores, acuerdos arancelarios con condiciones abusivas impuestas por el presidente estadounidense. Naiara Galarraga Gortázar, corresponsal en Brasil, subraya en esta crónica que “pocos líderes mundiales se han mantenido tan firmes ante el matonismo de Trump como Luiz Inácio Lula da Silva”. En cuanto entró en vigor el arancel del 50% a los productos brasileños —que Trump justifica en lo que llama una “caza de brujas”, es decir, el juicio contra el expresidente Jair Bolsonaro por conspirar para dar un golpe de Estado— Lula conversó con Putin, el chino Xi Jinping y el indio Narendra Modi con el fin de diversificar sus relaciones comerciales. El presidente brasileño también ha concedido unos 4.300 millones de euros en ayudas a empresas afectadas.
Por su parte, Suiza, el país europeo con el arancel más alto (39%), trata de recuperarse de la bofetada mayúscula que supone el castigo de Trump, que solo ha impuesto un gravamen más elevado a Brasil, la India, Camboya, Laos y Siria.
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