Queridos lectores y lectoras,
Mucho se ha escrito de la revolución Trump 2.0 y sus estragos. De que el mundo ya no es el que era desde que el nacionalpopulista llegó por segunda vez a la Casa Blanca y de que las libertades y derechos cultivados con mimo durante décadas por las instituciones se derrumban ante nuestros ojos sin que el mundo, y desde luego Europa, sea capaz de frenar la deriva autoritaria. Al revés. Los autócratas del mundo miran ahora a Washington y se sienten legitimados.
Se ha escrito mucho también de cómo afecta todo esto, así como la guerra arancelaria a Europa y a China, pero mucho menos de cómo golpea la onda expansiva del trumpismo en África. En los últimos días, en Planeta Futuro nos hemos fijado en tres asuntos que consideramos relevantes. Hemos viajado hasta Madagascar, la isla de la vainilla, que exporta el 80% de la producción mundial y que vive fundamentalmente de eso, de la exportación. Como otras naciones empobrecidas del continente, Madagascar tiene poca capacidad para importar en grandes cantidades. Ese desequilibrio de la balanza comercial, el que tanto irrita a Trump, llevó al presidente estadounidense a anunciar la imposición de unos aranceles de hasta el 47%. En agosto, rebajó esa cifra al 15%, pero como en otros casos de países africanos, como en Lesoto, el daño estaba hecho. El miedo a los aranceles hizo que los empresarios hicieran acopio y la producción se frenó en seco. Las vainas se arrancaron antes de tiempo y los precios enloquecieron. El de Madagascar es apenas un ejemplo de las repercusiones de decisiones globales como la de EE UU en países con economías frágiles.
Mientras Trump se empeña con el palo, reparte también zanahorias a los países africanos que se han prestado a ejercer de salvavidas para su programa de deportaciones a terceros países. Eswatini, Sudán del Sur o Ruanda son Estados africanos que han accedido a acoger a las personas expulsadas de EE UU. Aunque acoger es probablemente una palabra muy generosa. Las conversaciones que nuestra compañera Ana Puentes mantuvo con abogados y la oposición del reino de Eswatini, evidencian que las garantías judiciales y de derechos humanos son inexistentes en la antigua Suazilandia.
Todo esto sucede en un contexto de recorte de fondos de ayuda al desarrollo estadounidense abrupto y sin precedentes. En Planeta hemos publicado mucho en los últimos meses sobre las consecuencias de los recortes y hemos emitido también un podcast sobre el tema. Esta semana, de la mano de la revista Science, hemos viajado a Guinea-Conakry para ver hasta qué punto el desmantelamiento de USAID pone en peligro los avances de la lucha contra la malaria y en riesgo millones de vidas en toda África. En Guinea, la retirada de fondos, como en otros países, ha segado la actividad de los trabajadores sanitarios comunitarios, clave en la prevención y la detección temprana de la malaria.
Los daños que el nuevo desorden mundial inflige en los países más vulnerables son evidentes y todo apunta a que se agravarán, a medida que avance el mandato del estadounidense. Pero a la vez, según me explicaban hace poco expertos africanistas, muchos líderes africanos afrontan con cierto optimismo este momento histórico y este mundo más transaccional. Piensan que es la oportunidad de romper la mentalidad de dependencia de un Norte Global que no ha resultado ni mucho menos definitiva para alcanzar importantes cotas de desarrollo y con renovada asertividad. Que la era de la hipocresía ha terminado y que al menos Trump habla –y actúa- sin paños calientes y sin promesas vacías. El Sur Global mira también a Rusia y a China, en busca de un nuevo statu quo, que, quién sabe, tal vez les favorezca más que el actual. En Planeta Futuro, donde tenemos la sana costumbre de poner el foco en los lugares más olvidados, donde viven millones de personas, como tú y como yo, se lo iremos contando.
Esta semana además, hemos publicado un artículo espeluznante sobre la violencia sexual contra las mujeres en Tigray que ha escrito nuestra compañera Silvia Laboreo. No menos terrorífico es el texto de Pepe Naranjo donde nos habla del caso de un bebé muerto en Gambia por las consecuencias de una operación de ablación de clítoris. Además, por supuesto no nos olvidamos de Gaza y Beatriz Lecumberri nos ha explicado de la mano de un periodista palestino cómo el desmantelamiento de la UNRWA, la organización de Naciones Unidas que velaba por que la ayuda llegara a todos por igual y en especial a los más vulnerables, ha hecho que rija la ley del más fuerte y que ahora sean las élites, entre ellas los gobernantes de Hamás, los que tengan acceso a la escasa comida que Israel permite entrar y que se vende en el mercado negro a precios desorbitados.
Pasen y lean.
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